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Normalmente, desciende entre las 17:00 y las 19:30 horas y puede alcanzar su punto álgido a las 18:00 horas, sobre todo cuando el tiempo cambia y los últimos rayos de luz del día tiñen el cielo de un tono rosa carmesí.
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Imagen: Pixabay |
La sensación del domingo por la noche se asocia normalmente con el trabajo y la idea de volver a la oficina después de un agradable descanso. Pero esto no cubre del todo la complejidad de lo que está sucediendo: no es sólo que tenemos algún tipo de trabajo que está arrastrando nuestro estado de ánimo, sino que estamos volviendo al tipo de trabajo equivocado, incluso mientras ignoramos lo que podría ser el tipo de trabajo correcto.
Todos llevamos dentro lo que podríamos llamar un verdadero yo trabajador, un conjunto de inclinaciones y capacidades que anhelan ejercerse sobre la materia prima de la realidad. Queremos convertir las partes vitales de lo que somos en trabajos, y asegurarnos de que podemos vernos reflejados en los servicios y productos en los que participamos. Esto es lo que entendemos por el trabajo adecuado, y la necesidad de uno es tan fundamental y tan fuerte en nosotros como la necesidad de amar. Podemos sentirnos tan quebrantados por no encontrar nuestro destino profesional como por identificar a un compañero íntimo. Sentir que estamos en el trabajo equivocado, y que nuestra verdadera vocación está por descubrir, no es una especie de malestar menor: será la crisis existencial central de nuestra vida.
Normalmente conseguimos mantener a raya las insistentes llamadas del verdadero yo trabajador durante la semana. Estamos demasiado ocupados y demasiado impulsados por la necesidad inmediata de dinero. Pero los domingos por la tarde viene a molestarnos. Como un fantasma suspendido entre dos mundos, no se le ha permitido vivir o morir, y por eso golpea la puerta de la conciencia, exigiendo una resolución. Estamos tristes, o tenemos pánico, porque una parte de nosotros reconoce que el tiempo se acaba y que no estamos haciendo lo que deberíamos con lo que nos queda de vida. La angustia del domingo por la noche es nuestra conciencia que intenta agitarnos inarticuladamente para que hagamos más de nosotros mismos.
En este sentido, los domingos por la noche tienen una historia. Hasta hace poco, los últimos cien años más o menos, no existía -para la mayoría de nosotros- la posibilidad de que nuestro verdadero ser trabajador se expresara en nuestras labores. Trabajábamos para sobrevivir y agradecíamos unos ingresos mínimos. Pero esas expectativas reducidas ya no son válidas. Sabemos -porque hay suficientes ejemplos visibles de personas que lo han hecho- que podemos aprovechar nuestros talentos para los motores del comercio. Sabemos que no tenemos que ser infelices en este ámbito, lo que añade un sentimiento de especial vergüenza si todavía lo somos.
No deberíamos ser tan duros con nosotros mismos. Todavía no tenemos los mecanismos necesarios para reunirnos con nuestro propósito. Está en la naturaleza de nuestro yo trabajador ser claro en sus insatisfacciones y a la vez enloquecedoramente oblicuo sobre su verdadera dirección. Podemos estar completamente seguros de que no estamos haciendo lo que deberíamos y, al mismo tiempo, no saber cuál es nuestro verdadero propósito.
La respuesta es la paciencia, la estructura y la intención firme. Necesitamos un poco de la disciplina del detective, o de un arqueólogo que recompone las piezas de una jarra rota. No debemos descartar nuestra angustia alegremente como "la tristeza del domingo", que se calma con una bebida y una película. Deberíamos considerarla como parte de una búsqueda confusa, pero totalmente central, de un yo real que ha quedado enterrado bajo la necesidad de complacer a los demás y de atender a las necesidades de estatus y dinero a corto plazo.
En otras palabras, no deberíamos guardar nuestros sentimientos de los domingos por la noche simplemente para los domingos por la noche. Deberíamos situar estos sentimientos en el centro de nuestras vidas y dejar que sean los catalizadores de una exploración sostenida que continúe a lo largo de la semana, durante meses y probablemente años, y que genere conversaciones con nosotros mismos, con amigos, mentores y con profesionales. Algo muy serio está ocurriendo cuando la tristeza y la ansiedad descienden durante unas horas los domingos por la noche. No nos molesta en absoluto tener que poner fin a dos días de ocio, sino que nos distrae útilmente un recordatorio para intentar descubrir quiénes somos realmente -y hacer justicia a nuestros verdaderos talentos- antes de que sea demasiado tarde.
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