Elogio de las pequeñas charlas con extraños

Por qué nunca deberías decir: 'La belleza está en el ojo del espectador'

Cuando hay graves desacuerdos sobre lo que es bueno y malo en la arquitectura... o el arte... a menudo hay alguien alrededor que muy rápidamente cierra la discusión diciendo: 

"La belleza está en el ojo del que mira"

no digas 'La belleza está en el ojo del espectador'
Imagen: Una Laurencic/Pexels

Es una frase con el poder de silenciar. Una vez pronunciada, intentar mantener un diálogo sobre los méritos o inconvenientes de ciertas cosas visuales puede resultar estridente, antisocial o simplemente grosero.

Esta tendencia a rendirse al relativismo es un síntoma paradójico de la era científica. La ciencia, la fuerza más prestigiosa de la sociedad moderna, habla de verdades objetivas. Las cosas que juzga, obviamente, no están en el ojo de los espectadores. No se puede decir con toda justicia: "Bueno, yo no opino lo mismo sobre el punto de ebullición del agua o la naturaleza de la gravedad". Tenemos que someternos a los hechos que la ciencia nos transmite.

Sin embargo, como las nociones de belleza y fealdad quedan fuera del sistema de pruebas científicas, se asume habitualmente que deben quedar en un ámbito de relativismo total, y que no se puede avanzar en absoluto para llegar a respuestas mejores o peores sobre lo que parece bueno. Las certezas de la ciencia han hecho que, sin saberlo, el debate sensato en las humanidades se sienta imperioso y redundante.

Sin embargo, la frase "la belleza está en el ojo del que mira" es en realidad casi siempre injustificada y profundamente molesta. En nuestra opinión, debería evitarse a toda costa.

No todos los gustos son iguales

Para empezar, nadie cree realmente en ella hasta el fondo. Podemos aceptar que puede haber diferencias legítimas de gusto dentro de un espectro razonable; pero en realidad no creemos que todos los gustos sean iguales. Si la belleza estuviera simplemente en el ojo de los espectadores, entonces sería razonable afirmar que un vertedero con olor a orina y materia fecal en descomposición es un lugar encantador y que estas modernas casas junto al canal en Ámsterdam eran horribles:

Imagen: Pixabay

Y entonces sería lógico sugerir que estaría bien derribar las casas y sustituirlas por un vertedero.

Pero, por supuesto, nadie querría eso, lo que demuestra que, en realidad, no creemos que la belleza esté enteramente en el ojo del espectador. Tenemos principios estéticos de fondo, aunque rara vez los articulemos, y por eso somos muy conscientes de los momentos en que nuestros gustos pueden chocar con los de los demás.

Cuando utilizamos la frase, parece que intentamos decir que debería haber mucho espacio para el desacuerdo inteligente en torno a la estética, y que no nos sentimos cómodos afirmando la superioridad de un estilo o enfoque sobre otro. Implica una aguda sensibilidad al conflicto y un miedo a ser grosero o malo con los demás. Sin embargo, al recurrir a la frase, lo que hacemos en realidad es desencadenar una situación más extraña y temeraria: lo que estamos afirmando, en efecto, es que nada es realmente más bello -o más feo- que otra cosa.

La belleza importa

Esta sugerencia tiene entonces una forma de implicar que todo el tema es esencialmente trivial. Al fin y al cabo, nunca diríamos que las verdades sobre la economía o la justicia están sólo en los ojos de los espectadores. Sabemos que están en juego cosas importantes y, con el tiempo, hemos llegado a posiciones sobre la forma correcta o incorrecta de abordar estos temas, y estamos dispuestos a debatir y defender nuestras ideas. Nunca diríamos que "el trato a los pobres es un tema que es mejor dejar enteramente a los ojos de los espectadores" o "la mejor manera de educar a los niños está en los ojos de los espectadores", o "el futuro del medio ambiente está en los ojos de los espectadores". Aceptamos que discutir de forma agresiva e infructuosa tiene sus peligros, pero confiamos en que hay formas sensatas y educadas de avanzar en estos debates tan delicados pero vitales. Lo mismo debería ocurrir con la belleza.

En parte, nuestra reticencia a participar en el debate estético parece un síntoma de falta de confianza en nuestros propios gustos. Comparemos la forma en que nos comportamos con la estética con la forma en que nos comportamos con la comida y la música, dos campos en los que las opiniones fuertes y el amor por argumentar nuestro caso son naturales. Al evaluar un nuevo restaurante sudafricano en TripAdvisor, es poco probable que digamos que "los buenos restaurantes sólo están en los estómagos de los comensales". Tendríamos un punto de vista; querríamos señalar por qué el lugar A es bueno, pero el lugar B quizás tenga carencias en cuanto al uso de las especias. Tendríamos opinión, de forma interesante. Del mismo modo, rara vez diríamos que la música está en los oídos de los espectadores, sino que tendríamos confianza en afirmar que (digamos) Mozart tiene una ventaja sobre "Propuesta Indecente" o "Por Tu Maldito Amor". No queremos afirmar aquí que un músico sea mejor que otro; simplemente señalamos la legitimidad y el interés del debate y la extraña negativa a iniciar tal discusión en relación con la arquitectura y el arte. Nuestra postura neutra sobre la estética parece un síntoma más de un gusto vacilante que de un verdadero compromiso con el relativismo.

Un mundo menos feo

Además, aunque pedir el fin de la discusión sobre la belleza puede parecer una medida amable y generosa, es muy conveniente para los promotores inmobiliarios que operan en una sociedad que no confía en la capacidad de la gente para juzgar si las cosas son bellas o monstruosas. Esto significa que estos tipos preocupados por el dinero no tienen que preocuparse por el gasto que supone intentar que cualquier cosa parezca buena: ¡porque nadie sabe lo que es de todos modos!

 La frase "la belleza está en el ojo del que mira" surgió originalmente como un escudo para protegernos del esnobismo.

Afirmaba el derecho de la gente corriente a seguir sus entusiasmos en una época en la que los expertos prepotentes llevaban las riendas de la cultura e intentaban moldear el gusto con una autoridad severa y despectiva. Estos expertos le decían a la gente lo que tenía que gustarle y trataban la disidencia con desdén. La frase "la belleza está en el ojo del que mira" era una defensa contra la intolerancia. Significaba algo así como: "Deja de tratar de someterme. Mis preferencias son mi decisión personal. Puedo pensar y sentir como quiera".

Pero dado que la libertad de pensar y sentir como queremos está ahora muy bien consagrada (de hecho, quizás demasiado bien consagrada), no necesitamos quedarnos estancados en el primer movimiento liberador.

Nuestro problema cotidiano no es que nos dejemos mangonear por los esnobs de la cultura, sino que se pierdan las posibilidades de que el arte y la arquitectura atractivos se afiancen, debido a una cultura obsesionada por los beneficios rápidos y a la negativa a que arquitectos y artistas dialoguen sobre lo que hacen. Cerrar la conversación con "la belleza está en el ojo del que mira" puede empeorar mucho una situación ya de por sí complicada. Una sociedad que no es capaz de hablar con sensatez, públicamente y tal vez con detenimiento, sobre la belleza, se condenará inadvertidamente a la fealdad.

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