Elogio de las pequeñas charlas con extraños

¿Qué papel desempeña usted en su relación?

Una de las sugerencias más extrañas pero útiles de la psicoterapia -y en particular, de una rama de la misma conocida como Análisis Transaccional- es que todos nosotros contenemos en nuestro interior tres personalidades esenciales:

  • un niño 
  • un padre
  • y un adulto

¿Qué papel desempeña usted en su relación?
Imagen: Helena Lopes/Pexels

Para dar un poco de cuerpo a esto: 

El niño es típicamente vulnerable, conmovedor, confiado, débil, necesitado, incapaz de cuidar adecuadamente de sí mismo y que pide a gritos asistencia, ternura, apoyo, estructura y algunas reglas.

Por su parte, el padre o la madre es fuerte, dominante, tiene el control, es responsable, pero también suele reprender, criticar, instigar... y está ocupado con todas sus preocupaciones y obligaciones.

Mientras tanto, el adulto es cuerdo, reflexivo, con mando, ni demasiado débil ni demasiado fuerte, creativo y amable.

En un mundo ideal, todos seríamos capaces de alternar entre estos tres tipos de personalidad con relativa facilidad. En una buena relación, nos moveríamos constantemente entre los tres papeles que desempeñamos; la mayoría de las veces rondando la zona adulta, pero pudiendo -cuando las ocasiones lo exigen- pasar al modo padre o al modo niño.

Por ejemplo, cuando nos sentimos tristes y bajo presión, debería ser parte de la salud saber cómo volver a ser un niño, mostrar nuestra necesidad, pedir ayuda, acurrucarnos, hacernos pequeños y confiar en que podemos ser recibidos con amabilidad y simpatía sin temer ataques o menosprecio.

Por otra parte, también debería haber momentos en una relación (sobre todo cuando nuestra pareja, normalmente adulta, ha entrado en crisis y ha descendido a un modo infantil) en los que seamos poderosamente capaces de asumir el papel de padres y convertirnos en ministros, indulgentes con la debilidad y las rabietas, tranquilos ante la irracionalidad y lo suficientemente seguros de nosotros mismos como para saber que la pareja infantil volverá en un rato a la madurez y el autocontrol que normalmente esperamos de ella.

Si una pareja tiene hijos pequeños, es posible que durante mucho tiempo ambos tengan que actuar como padres, pero luego, una vez que los niños están en la cama, ambos pueden ser niños dulces y ligeramente traviesos... o uno puede jugar a ser adulto con el otro, que es más joven y necesitado.

La dificultad, tanto para las parejas como para los individuos, es cuando las personas se quedan atrapadas en determinadas posiciones, cuando sólo pueden ser niños, o sólo padres, o sólo adultos.

Hay relaciones en las que, por ejemplo, un miembro de la pareja es siempre el niño y el otro es siempre el padre. Uno de ellos es siempre un poco irresponsable y travieso. Deja la ropa por todas partes, no se apunta a las clases de conducir, no va a la tintorería, se olvida de hacer la compra y pierde las llaves. Pueden ser muy entrañables (cuando uno está de humor), pero dudarías mucho antes de dejarlos a cargo. Y en el otro lado de la balanza, está el compañero de tipo paternal: siempre regañando; siempre recordando al niño lo que tiene que hacer; supercompetente; siempre bastante estresado; alternativamente indulgente con el niño pero también al borde del enfado y del castigo.

Esto puede ir acompañado de una profunda reticencia por parte de la figura parental a acceder a su yo infantil. Siempre tienen que ser fuertes, siempre jugando el papel de mamá y papá. No pueden acercarse a ser un bebé. 

¿Por qué, podríamos preguntar, las personas -y por tanto las parejas- se quedan atrapadas en estos roles? ¿Por qué puede ser tan difícil moverse? ¿Por qué algunas personas son rígidamente incapaces de sentirse en el papel de padre, o de niño, o de adulto?

En todos los casos, nos encontramos con algo del pasado que ha hecho que una transición fácil a una determinada posición sea insostenible o aterradora.

Hay personas atrapadas en el papel de niño para las que la edad adulta y la paternidad presentan dificultades insuperables. Tal vez sean hijos de un padre cariñoso que no pudo tolerar su propia madurez naciente: para ser considerados dignos de amor, tuvieron que seguir siendo bebés. 

O, alternativamente, uno puede sentir que tiene que quedarse estancado en el modo niño porque un padre se enfadaría, castraría y humillaría si uno se atreviera a mostrar independencia y orgullo por sus ideales de adulto. 

En el otro extremo del espectro, de forma muy conmovedora, hay personas cuyos yos más jóvenes fueron tan maltratados, que experimentaron tal ansiedad y falta de apoyo cuando eran niños que la idea de ser pequeños, incluso durante unas horas, supone un reto insoportable para su integridad. Pueden ser muy felices jugando a ser mamá y papá; lo que no pueden hacer nunca es ser bebé. 

El camino para salir de todos estos callejones sin salida es, como siempre, la autoexploración y la honestidad mutua en las relaciones. Los problemas nunca son tan graves como podrían serlo una vez que los hacemos conscientes y los hacemos circular en la discusión. Admitir ser un niño que no se atreve a ser adulto, o un padre que no se atreve a ser niño, no es sólo una confesión que suena peculiar. Sugiere la presencia de alguien profundamente comprometido con una eventual madurez y en camino de ser el mejor tipo de adulto.

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